jueves, 8 de noviembre de 2007

ASALTO Nº 18: Temblor y pánico en la cueva.





Tenía que salir de allí corriendo. Miró a Aquela, que no hacía nada por remediar aquello, se quedaba perplejo sin ademán de moverse o empezar a correr como cualquier persona sensata hubiera hecho en aquel momento. Pero no, Aquela estaba ausente y mirando al más allá, tenía la vista pérdida y sin inmutarse de que allí estuviera ocurriendo lo que estaba ocurriendo o al menos, eso era lo que parecía. La cueva tiritaba y con el temblor iban cayéndose trozos de piedras que se desprendían de los rincones oscuros que por allí se apreciaban.
El estruendo de cada parte que caía retumbaba en el agua y producía un eco tenebroso que daba la sensación que aquello se desmoronaría en cuestión de poco tiempo y quedaría allí atrapado.
De repente, salió una enorme bestia de allí, El señor Vig para entonces, le había dado tiempo de salir y ponerse sus ropas. Sin embargo Aquela continuaba con su posición tranquila mirando a aquel monstruo que, a pesar de sus enormes dimensiones, no tenía aspecto de ser tan malvado.
Era una especie de dragón con unas minúsculas alas a sus espaldas, en comparación con su gigantesco cuerpo. Tenía unas garras del tamaño del Señor Vig, y encima de su cabeza, a modo de sombrero, una especie de unicornio capaz de atravesar la copa de cualquier árbol centenario de los que solía haber en aquel bosque.
Si embargo, Aquela parecía estar muy tranquilo, no tenía miedo, estaba estupefacto mirándolo como si ya lo hubiera visto otras veces. El resto de la manada permanecía intacta pero protegiéndose de aquel monstruo y escondida detrás de Aquela aunque al acecho por si había que salir corriendo.
De repente, Aquela empezó a maullarle y éste le contestaba como si estuvieran conversando...


Lo que más le sorprendió de todo esto al vigilante, es que la estrella del norte no indicaba cualquier indicio de peligro. Estaba tal cual la había dejado antes de darse el baño, por tanto, esto tranquilizaba a nuestro amigo. Él confiaba en aquel colgante después de todo lo que había pasado la noche anterior, por tanto, siguió su instinto y empezó a relajarse.

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